Quienes
me han leído con asiduidad en este lugar o en algunas otras páginas que
frecuento como escritor –ustedes saben cuáles son-, estarán enterados de que la
mayoría de los álbumes que he reseñado son aquellos que me gustan o de los que trato,
por lo menos, de extraer cosas positivas. Un amigo una vez me dijo que, en su
debido momento, me tocaría escribir sobre obras por las que no sienta mucha predilección,
cosa que es verdad, pero la realidad es que siempre he preferido escribir acerca
de lo que me gusta en lugar de despotricar contra un trabajo o una banda en
particular por el mero hecho de que una canción, una obra e incluso una carrera
me ha decepcionado –en especial cuando siempre hay alguien que puede apreciar
cosas en dichos casos que tú no aprecias. Un pensamiento bastante altruista de
mi parte, lo sé. Habiendo dicho eso, en
los últimos meses he desarrollado esa necesidad de expresar lo que opino y
siento hacia una agrupación que siempre ha sido enaltecida como una especie de
grupo intocable por lo que emanan para sus aficionados –aunque esta costumbre
es bastante notoria en casi todos los fans del Heavy Metal-, pero que ha hecho tantas burradas en los últimos
tiempos que finalmente pienso que tengo algo que decir al respecto con mis dos
centavos de opinión: Slayer y una
carrera que se ha ido al garrete. Esto último cubre los últimos 25 años.
Los
tiempos recientes han sido complicados para la banda de Tom Araya y Kerry King.
La tercera separación del combo norteamericano con su baterista fundador e
icono, Dave Lombardo, no pudo haber sido de peor manera con él soltando
linduras acerca de King y cómo la agrupación es manejada como un negocio donde
una pieza tan importante como él no veía mucha compensación monetaria por sus
servicios –todo esto derivó en una novela dramática acerca del manejo del
sustento financiero de Slayer como si fueran un banco o una empresa de
cualquier índole. Cosa que es entendible
–al fin y al cabo, un grupo de esta envergadura ya es más un negocio que una
fuerza artística-, pero que demuestra la falta de apreciación hacia una figura
que es uno de los rasgos sonoros más característicos de Slayer –la batería de Lombardo es clave para comprender lo que es
la banda de California. Ojo, yo respeto totalmente la carrera de los de
King a través de los años: sus cinco primeros álbumes son seminales para el
desarrollo del Metal extremo, su
directo es uno de los mejores del mundo e incluso he disfrutado con algún que
otro tema suelto de sus obras posteriores al gran Seasons in the Abyss de
1.990. Pero es escuchar las constantes peleas por dinero, las problemáticas
insulsas con otras bandas y el maltrato verbal al fallecido Jeff Hanneman por
parte de su otrora compañero King y me hago la pregunta: ¿Qué tan diferentes son los Slayer
actuales de los Metallica a los que
se ha denostado a ultranza en los últimos veinte años? Cielos, me leo y
sueno como un fanático irredento de los de Ulrich –que también he dicho que se
merecen su respeto por su pasado y su crítica respectiva por el presente-, pero
digo esto para ilustrar el contexto de putrefacción administrativa que circunde
a la banda de Kerry King y Araya.
Todo
esto estaría bien si la calidad de la música de Slayer –o el producto que ofrecen, si nos queremos mantener en la
jerga de negocio- se mantuviera en un cierto estándar –después de todo, hay muchos
artistas de diferentes disciplinas y épocas que han alegado que los periodos de
tensión sacan lo mejor de ellos. La
progresión de la banda de Thrash Metal es
interesante en el sentido de que su modus
operandi ha cambiado desde su cenit en los 80s y principios de los 90s en
comparación con el resto de su carrera: de mantener una base musical sólida y
de hacer leves, pero importantes modificaciones en su sonido (los 80s y
principios de los 90s) a mantener la misma línea de trabajo a partir de
mediados de los 90s –exceptuando la experimentación de Diabolus In Música, claro está. Quienes digan que Slayer y compañía nunca han
experimentado en su sonido no saben de qué va esto, en mi opinión; uno escucha
el Hell Awaits en toda su gloria impía
y suena claramente diferente a la precisión y contundencia de un Seasons in the Abyss. ¿Qué me pueden
decir de la velocidad avasalladora de Reign
In Blood en comparación de los ritmos más densos, sombríos y atmosféricos de
South Of Heaven? Y ninguno de los
álbumes acotados se asemeja al génesis más Heavy
y “venenoso” de la banda, Show No
Mercy. Verán, debajo de lo que
parecía ser una inamovible filosofía sonora yacía una plétora de creatividad en
Slayer que les permitía hacer álbumes
de Thrash Metal fenomenales y al
mismo tiempo mantenerse frescos e incluso un tanto innovadores; un duro y
cortante contraste con su versión actual que peca de repetitividad y entregan
con una consistencia alarmante trabajos que, a oídos de un servidor –no represento
en absoluto a ningún otro oyente de la banda-, no aportan a su catálogo ni al
de sus fans.
Repentless no es un álbum de Slayer; es sólo otra pieza más en el
narcisista castillo musical de Kerry King que debería ser llamado “Kerry King feat. Tom Araya – Repentless”.
La participación de dos músicos de primer nivel como Gary Holt en la guitarra y
Paul Bostaph en la batería reemplazando al gran Dave Lombardo es algo
totalmente superfluo en el desarrollo del sonido de la banda –principalmente
porque el sonido no es más que un refrito constante y la banda ya no es una
como tal. Yo estaba seguro de que el álbum iba a sonar como suena, pero tenía
la vaga ilusión de que los fichajes de estos dos tremendos músicos harían que
el estilo de Slayer mutara un poco hacia algo diferente; no mejor o peor, sino
simplemente diferente. Trabajos sempiternos como Hell Awaits, Reign in Blood
o South of Heaven eran álbumes
oscuros, poderosos e intensos; pero se basaban en unas composiciones brillantes
y con una musicalidad que les permitía variar de forma leve (aunque notable en
su impronta) el sonido de la banda en cada entrega –cosa que no hacen desde
hace mucho tiempo. Un álbum tan vilipendiado
como Diabolus in Música, con todas las virtudes y defectos que pueda
acarrear, era por lo menos un intento de la banda de variar un poco y salirse
de la rutina. Sí, probablemente fue un experimento fallido, pero había un
intento por reestructurar una fórmula agotada. Curiosamente, ese álbum
había sido conceptuado en casi su entereza por Hanneman –saquen sus propias
conclusiones. Y en muchos casos, probar algo diferente te permite desarrollar
nuevas virtudes; pero creo que pedirle innovación a los de Los Ángeles es como pedirle
un trío a dos modelos suecas: sabes que te vas a llevar una decepción, pero de
todas formas guardas la tenue esperanza de que te digan que sí. Al final sabemos
cómo acaban ambos casos, ¿verdad?
Escuchar
Repentless es como ver una película
de Arnold Schwarzenegger en los 80s: sabes exactamente lo que vas a recibir y
hay aproximadamente un 0% de sorpresa en la propuesta. Sólo que Slayer no te vende el producto con el
carisma y aplomo del austríaco; al contrario, hacen el proceso de escucharlo
cada vez más difícil de digerir. Podría hacer un análisis extensivo de cada
tema, pero eso sería caer en un esfuerzo superfluo e innecesario. Lo que impera
en este álbum es la pesadez estilística de la banda por seguir estirando un
sonido del que ya no pueden extraer más ideas o conceptos; todo se basa en los
mismos ritmos rápidos y conocidos que, por más brutales que suenen, se han
convertido en algo totalmente predecible. Y es que todo lo que puedan esperar
de los Slayer de hoy en día está
aquí: velocidad abrasadora, riffs afilados de King –Holt solo está para hacer
lo que el pelón le diga- y un Araya que grita como un poseso en el 95% del
álbum. Sucede que hemos escuchado eso un millón de veces ya. Por eso hago
hincapié acerca de la inclusión de Holt y Bostaph puesto que dos músicos de
este talante deberían tener mayor potestad en las composiciones, pero sólo
siguen los patrones de los designios del patrón. El problema de los Slayer
actuales radica en el hecho de que suenan pesados y caóticos por el simple
motivo de la reputación que conlleva ser Slayer.
Para ellos, es casi una obligación sonar como suenan y no es ninguna sorpresa
que el resultado final sea así cuando realmente no quieren sonar así; y si
dicen que lo desean, se están engañando a sí mismos como aficionados porque no
atisbo el menor resquicio de calidad o pasión en esta obra, más que tenues
destellos en algunas piezas del álbum.
Claro,
el álbum es un éxito en ventas en varias partes del mundo y la prensa
“especializada”, sin el menor coraje para decirles sus verdades al grupo por
temor a perder una entrevista, les rinde pleitesía a este disque trabajo
llamándolo “una obra maestra” o “un retorno de los maestros”, así que King
puede dormir tranquilo a sabiendas de que no han publicado básicamente nada y
han obtenido una ganancia de ello, al más puro estilo de empresa capitalista
salvaje. Éste es un trabajo arrogante y forjado bajo el precepto de que pueden
hacer pasar cualquier cosa como un álbum de Slayer
y salirse con la suya. Ojo, yo no critico a la banda por su deseo de generar
dinero a base de sus trabajos puesto que al final del día viven de ello; critico
el hecho de que publiquen álbumes totalmente innecesarios e intrascendentes en
su discografía por el mero hecho de forrarse los bolsillos –que al aficionado,
por más pasional y parcial que pueda ser, no se le puede ofrecer cualquier
porquería o despropósito. Slayer han sido vapuleados (justamente)
por sus aficionados por las acciones nocivas y dictatoriales de un líder que ha
perdido el control de la banda y no sabe qué hacer al respecto, además de
encender el piloto automático, hacer más álbumes innecesarios y aprovechar las
proezas de su directo para seguir capitalizando con el deseo de sus aficionados
de verlos en vivo –esto último siendo algo totalmente entendible, desde la
óptica de ambas partes puesto que consiguen un beneficio mutuo. No importa
para nada el retorno de Lombardo hace unos años, ni que fallezca Jeff, ni que
músicos de primer nivel como Holt o Bostaph –quienes han hecho muy buenos
álbumes en los últimos años- se unan a Slayer.
Nada de eso importa. Hoy en día, esta banda es una empresa que gira en torno a
un músico desfasado y que actualmente no puede componer un tema decente para
salvar su vida llamado Kerry King. Repentless
es la representación absoluta de los Slayer
que tenemos hoy: sosos, repetitivos y sin ideas. Un grupo pesado y ruidoso que
nos pone a todos a dormir.