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viernes, 17 de junio de 2016

Crítica: Yngwie Malmsteen – Odyssey



¿A quién en su sano juicio se le ocurre hacer colaborar a dos de los egos más portentosos y combativos del todo el espectro Rock/Metal para realizar un álbum y pensar que ésa sería una idea que funcionaría? A nuestros amigos de Polydor Records les pareció un plan que resultaría bastante bien en 1988 y decidieron agrupar al explosivo Yngwie Malmsteen –el exhibicionista por excelencia de las seis cuerdas, el que no puede ser contenido por ninguna banda y el Zlatan Ibrahimovic del Metal- con un vocalista que no deja indiferente a absolutamente a nadie, Joe Lynn Turner. A priori, esto era un matrimonio hecho en el infierno y los hechos probaron ser así; Turner y Malmsteen no cesaban en sus guerrillas personales y sus diatribas, pero en el proceso dejaron para el recuerdo uno de los trabajos más sólidos de la carrera de Yngwie –y para un servidor, el mejor de todos. Odyssey es el cuarto álbum de la carrera solista del afamado seis cuerdas sueco y es el punto cumbre de una trayectoria que ha hecho escuela y ha dejado su sello durante sus décadas tocando su estilo excesivo y bombástico en la guitarra. Y cuando le trajeron a Turner, ufff, ni te cuento.


Contextualizando, Yngwie estaba en una racha creativa muy importante cuando se analiza que en su trayectoria solista ya llevaba tres álbumes de gran factura: Rising Force, Marching Out y Trilogy -cada uno con una serie de temazos que me tomaría toda la entrada mencionar y describir como se merecen- posicionaban al sueco como una realidad en el mundo del Metal y como una figura importante para su discográfica, Polydor, por lo que después del éxodo de su segundo vocalista, el excelso Mark Boals, decidieron reemplazarlo con un peso pesado en la escena: Joe Lynn Turner de fama Rainbow. Odyssey es un capítulo bastante interesante en la carrera del guitarrista puesto que refleja la primera y última ocasión en la que cedió parte del poder creativo para crear un compendio de canciones que aunaran de buena manera la grandilocuencia de su inventiva musical y la comercialidad –en el buen sentido de la palabra- que ofrece la impronta de un vocalista tan consumado como Turner. Despreciado por muchos debido a su tono de voz tan “amanerado” y por el hecho de que sus álbumes tienden a tener un enfoque notorio en la accesibilidad comercial –como si eso fuera un obstáculo para hacer un buen álbum-, el americano supo afrontar el reto de colaborar con un sujeto tan volcánico y sanguíneo como Yngwie y aportar lo suyo para facturar un trabajo compacto, claro en ideas y que puede gustar a diferentes sectores de oyentes, si se le da la oportunidad al álbum.

Como dije al principio, era una colaboración destinada a la confrontación si tomamos en consideración el historial de conflictos de Malmsteen con, bueno, todo el mundo y a un Turner que ya tenía su justa parte de experiencias trabajando con personajes complicados y egotistas como le pasó en su estadía en Rainbow con Ritchie Blackmore. Si agregamos a esos dos nombres la contribución de músicos un tanto infravalorados como lo son los hermanos Johansson –Anders en la batería y Jens en los teclados- y el siempre presente Bob Daisley en el bajo –creo que tocó en 16478 álbumes de Metal en los 80s y todos eran buenos-, se tiene un Dream Team capacitado para hacer un trabajo de nivel. Y puede apostar su maldito trasero a que éste lo tiene.


El cuarto trabajo de Yngwie mantiene ciertos conceptos de sus obras previas: predominancia en las guitarras –aunque es cierto que Malmsteen se “contiene” un poco más en este álbum-, muchos pasajes instrumentales, ganchos melódicos –sean instrumentales o en las vocales- y temas a medio tiempo que se ven entrelazados con algunos más veloces y atrevidos. Lo que lo diferencia a los anteriores es la producción superior –de lo mejorcito que van a escuchar en este renglón del sueco en los 80s-, el sonido más portentoso de la batería con ése tono muy de la época, mayor protagonismo en las baladas y un Jens Johansson que dicta cátedra en los teclados como muy pocos en un tiempo donde el instrumento no era tan apreciado como lo es ahora. Incluso podríamos argumentar que el Odyssey supuso un punto de inflexión en lo que después se daría a conocer como Euro Power Metal puesto que la combinación entre Yngwie y Jens con sus solos y en otros pasajes instrumentales durante la obra suponen una influencia directa en bandas que surgieron en los 90s como Rhapsody of Fire o Symphony X (aunque éstos son gringos), por mencionar a un par. Para bien o para mal, este álbum hizo escuela y llevó a la estrella del sueco a volar más alto que en toda su carrera, si lo vemos desde una óptica de mercadeo y comercialidad –en resumen, fue un maldito hit.

Todo lo anterior no quiere decir que la realización de esta obra haya sido plácida y llena de diversión –aunque si bien es cierto que Anders declaró muchos años después que se la pasaban bebiendo en todo momento-; al contrario, ninguno de los dos autores principales de Odyssey, Malmsteen y Turner, gustan en demasía del tiempo que pasaron juntos como compañeros y se refieren al trabajo con cierto desdén. Es fácil de entender cuando se analiza que este álbum fue hecho en el momento en el que el sueco estaba recuperándose del deceso de su madre y de un accidente automovilístico que fue producto de conducir ebrio; era una época en la que Yngwie era un alcohólico empedernido, los hermanos Johansson no recibían mucho dinero por sus contribuciones y Turner arribaba como un movimiento de la discográfica para apaciguar al malogrado vocalista y hacerlo más rentable en el aspecto musical, como quien dice. Yngwie no se recuperó con tanta facilidad; pero sí que pudieron sentarse a trabajar y ahí se notó la diferencia con el fichaje de Turner porque se atestigua un cierto cambio en la fluidez de las canciones: ya no hay tanto énfasis en la vistosidad técnica, sino en la calidad y suntuosidad de la canción; los cortes se dejan escuchar con facilidad y mantienen la esencia de lo que es Yngwie. Crédito a Jeff Glixman, productor de grupos como Saxon o Black Sabbath, por hacer que todo suene homogéneo y cristalino –su trabajo no debe ser subestimado.


La cosa comienza a las mil maravillas con ese balazo sónico de Metal técnico y depurado que es Rising Force: un corte que comienza pletórico con un Anders Johansson protagónico en la batería y que presenta a un Turner en plan estelar desde el principio con una interpretación muy pasional en perfecta consonancia con los rapidísimos riffs de Yngwie. El estribillo me parece emotivo a la par de elegante, además de estar envuelto en un tema épico y donde nos percatamos de la facilidad de gancho del nuevo álbum. Oído a ese duelo instrumental entre Yngwie y Jens; influencia directa en lo que harían Michael Romeo y Michael Pinnella en los 90s con Symphony X.

La segunda pieza del Odyssey es un medio tiempo que irradia un rasgo bastante particular: elegancia. El sueco y su equipo de trabajo tienen eso a borbotones y se nota en esta canción que fluye con naturalidad y que es, a mi criterio, uno de los mejores momentos de Malmsteen en la guitarra. Sí, Joe suena fenomenal en las tesituras pausadas y más relajadas de esta canción; pero las melodías y solos que se despacha el “jefe” de la operación son, francamente, arrebatadoras. Tal vez Yngwie ya no es lo que una vez fue, pero en su apogeo, era capaz de genialidades como ésta. Por el otro lado, se ha mencionado muchas veces que la llegada de Turner “suavizó” el sonido del combo; convengamos que siempre hubieron composiciones en el repertorio del seis cuerdas que eran material de singles, siendo You Don’t Remember, I’ll Never Forget un antecesor directo de uno de los hits de este álbum, Heaven Tonight. Es una buena canción y sigue los patrones de la mayoría de los temas accesibles de Hard Rock de los 80s, entendiendo esto por el uso de sintetizadores, mucho medio tiempo, un estribillo pegajoso y un trabajo pulcro en la guitarra.


He hecho mucho hincapié en lo que representó este Odyssey para la siguiente generación de músicos metaleros en los 90s y es que me es imposible pensar que el 88% de las bandas de Power Metal que hicieron vida en la siguiente década no tomaron nota del porte, señorío e indiscutible calidad de un temazo como Dreaming (Tell Me). Esto no es una balada, sino una clase dictada por cinco grandes músicos acerca de cómo erigir un tema imperial –tomen nota, por Dio. Atmosférico, apaciguado y hasta un poco taciturno en su entrega, Dreaming escapa de los paradigmas de repetitividad de otros temas similares y es una composición donde se atestigua la fascinación de Malmsteen por la música clásica; su labor en la guitarra es minuciosa y oportunista porque sabe cuándo soltar la vertiginosidad de su solo para dejarte sin aliento y cuando dejarte respirar. Turner se encuentra en su zona vocal y suena como los grandes en, a mis oídos, la mejor balada de Yngwie Malmsteen.

Regresamos a la agresividad con Bite The Bullet y se retoma el camino dejado atrás en el debut, Rising Force: una composición instrumental donde Yngwie le da rienda suelta a su habilidad quemando el mástil, cosa que le ha ganado la reputación de un “masturba mástiles”, y se permite un solo extendido que pienso que no resta ni suma a la obra. En una línea similar (pero con vocales), Riot In The Dungeons ataca y asalta con premura al oyente; es un tema intenso y que te mantiene interesado durante toda su duración mientras Turner suena muy bien complementando las brillantes partes de guitarra y teclado de Yngwie y Jens, respectivamente. El álbum posee una estructura muy clara de canciones y saben responderte bajo ese concepto; algunos lo verán como algo repetitivo, pero a un servidor le gusta lo compacto y lo sólido de las composiciones.

Una de mis canciones favoritas del trabajo es Deja Vu –no confundir con el otro temazo de Maiden-, que es un medio tiempo bastante gozador y que contiene un interludio instrumental donde Malmsteen se luce completamente y se roba el show. El estribillo va directo al punto y se quedará en tu cabeza sin mucho problema, como la mayoría de los coros en este álbum. Crystal Ball, por el otro lado, es un Hard Rock conceptuado en su mayoría por Turner –hubo una polémica en su momento con este tema porque, al parecer, Malmsteen habría tomado el crédito de la composición- y con mucho más protagonismo del sueco en la guitarra en comparación con el resto de la obra. Jens Johansson toma el asiento del conductor en la introducción de Now is the Time y su hermano no tarda en unirse a la fiesta para desembocar en un corte accesible, ganchero y que les recordará en algunos pasajes a lo que el vocalista hizo con Blackmore en Rainbow. Una canción que, aunque buena, no me dice mucho, siendo sincero, y que pienso que podría haber sido mejor. También tiene una cierta influencia de Bon Jovi.


¿Quieren magia, intensidad y calidad a raudales en una sola canción? Pues el grupo se saca un as de la manga con Faster Than The Speed of Light o como yo la llamo: la mejor canción del álbum. Parecida a las piezas más aceleradas, la banda se pone a su máxima velocidad y desatan un sinfín de riffs, golpeteos de batería y vocales majestuosas en un vendaval musical que no dejará indiferente a nadie. Y si tienen dudas, el solo de Yngwie es BRUTAL y es seguido por unos instrumentistas que nunca han recibido el crédito merecido por ser dos de los mejores músicos con los que ha contado el sueco en su dilatada trayectoria –la verdad es que lo de los hermanos Johansson en esta canción (y en todo el álbum) es para sacarse el sombrero. Y si no tienen sombrero, pues búsquense uno y quítenselo para felicitar a estos dos cracks de la música. Si quieren engancharse con la banda de Malmsteen, vayan directo a esta canción y les aseguro que querrán más –eso me pasó a mí.

Odyssey se nos despide con dos temas instrumentales, aunque los dos son de características diferentes. El primero, Krakatau, es una canción donde se resalta el talento de los cuatro músicos que integran la sección de instrumentos y es interesante porque te permite escucharlos totalmente “sueltos”, como se dice coloquialmente. Hay un pasaje en el intermedio de la canción donde la cosa se calma y se agregan ciertos elementos acústicos; un detalle que me gustó mucho y que luego va in crescendo hasta un desenlace brutal. La segunda canción es Memories y hace las veces de epílogo con una guitarra acústica en una temática de música medieval que sirve para relajarnos tras todo el buen Metal que hemos catado y es que el díscolo sueco finiquitó los 80s, la década en donde se dio a conocer al mundo y donde cosechó más éxitos, en la cúspide de su capacidad creativa.

El álbum fue el más exitoso de la carrera de Yngwie Malmsteen y supo posicionarlo en lo más alto; hizo una extensa gira que fue encapsulada en el recomendado directo Trial By Fire: Live in Leningrad, donde pudimos ser testigos de una banda en un punto cumbre de sus trayectorias y desplegándose a sus anchas. Sí, la producción de este trabajo fue un caos, la relación Yngwie-Turner fue una fórmula para el desastre y el ego desmedido del sueco lo privó a posteriori de tres músicos que lo hubieran llevado aún más lejos de lo que llegó en su carrera; pero no por eso hay que menoscabar la importancia y el enorme nivel que despliega un álbum como Odyssey que, envuelto en tanta calidad por esos años –estamos hablando del ’88 y por esos años abundaba el talento-, tal vez un poco desapercibido. No, señores; Odyssey fue el resultado final de una unión que nunca iba a terminar bien y eso mismo fue necesario para crear dicho trabajo: esa tensión, es frustración y, por qué no, esa rabia sirvieron para confeccionar una obra maestra que, para bien o para mal, dejó su huella en el credo del género.

El tipo de Polydor que haya dicho “Hey, deberíamos juntar a Turner con Yngwie” debe ser un maldito genio.