¿A
quién en su sano juicio se le ocurre hacer colaborar a dos de los egos más
portentosos y combativos del todo el espectro Rock/Metal para realizar un álbum y pensar que ésa sería una idea
que funcionaría? A nuestros amigos de Polydor Records les pareció un plan que
resultaría bastante bien en 1988 y decidieron agrupar al explosivo Yngwie
Malmsteen –el exhibicionista por excelencia de las seis cuerdas, el que no
puede ser contenido por ninguna banda y el Zlatan Ibrahimovic del Metal- con un vocalista que no deja
indiferente a absolutamente a nadie, Joe Lynn Turner. A priori, esto era un matrimonio hecho en el infierno y los hechos
probaron ser así; Turner y Malmsteen no cesaban en sus guerrillas personales y
sus diatribas, pero en el proceso dejaron para el recuerdo uno de los trabajos
más sólidos de la carrera de Yngwie –y para un servidor, el mejor de todos.
Odyssey es el cuarto álbum de la
carrera solista del afamado seis cuerdas sueco y es el punto cumbre de una
trayectoria que ha hecho escuela y ha dejado su sello durante sus décadas
tocando su estilo excesivo y bombástico en la guitarra. Y cuando le trajeron a
Turner, ufff, ni te cuento.
Contextualizando,
Yngwie estaba en una racha creativa muy importante cuando se analiza que en su
trayectoria solista ya llevaba tres álbumes de gran factura: Rising Force, Marching Out y Trilogy -cada
uno con una serie de temazos que me tomaría toda la entrada mencionar y
describir como se merecen- posicionaban al sueco como una realidad en el mundo
del Metal y como una figura
importante para su discográfica, Polydor, por lo que después del éxodo de su segundo
vocalista, el excelso Mark Boals, decidieron reemplazarlo con un peso pesado en
la escena: Joe Lynn Turner de fama Rainbow.
Odyssey
es un capítulo bastante interesante en la carrera del guitarrista puesto que
refleja la primera y última ocasión en la que cedió parte del poder creativo
para crear un compendio de canciones que aunaran de buena manera la
grandilocuencia de su inventiva musical y la comercialidad –en el buen sentido
de la palabra- que ofrece la impronta de un vocalista tan consumado como Turner.
Despreciado por muchos debido a su tono de voz tan “amanerado” y por el hecho
de que sus álbumes tienden a tener un enfoque notorio en la accesibilidad
comercial –como si eso fuera un obstáculo para hacer un buen álbum-, el
americano supo afrontar el reto de colaborar con un sujeto tan volcánico y
sanguíneo como Yngwie y aportar lo suyo para facturar un trabajo compacto, claro
en ideas y que puede gustar a diferentes sectores de oyentes, si se le da la
oportunidad al álbum.
Como
dije al principio, era una colaboración destinada a la confrontación si tomamos
en consideración el historial de conflictos de Malmsteen con, bueno, todo el
mundo y a un Turner que ya tenía su justa parte de experiencias trabajando con
personajes complicados y egotistas como le pasó en su estadía en Rainbow con Ritchie Blackmore. Si
agregamos a esos dos nombres la contribución de músicos un tanto infravalorados
como lo son los hermanos Johansson –Anders en la batería y Jens en los
teclados- y el siempre presente Bob Daisley en el bajo –creo que tocó en 16478
álbumes de Metal en los 80s y todos
eran buenos-, se tiene un Dream Team capacitado
para hacer un trabajo de nivel. Y puede apostar su maldito trasero a que éste
lo tiene.
El
cuarto trabajo de Yngwie mantiene ciertos conceptos de sus obras previas:
predominancia en las guitarras –aunque es cierto que Malmsteen se “contiene” un
poco más en este álbum-, muchos pasajes instrumentales, ganchos melódicos –sean
instrumentales o en las vocales- y temas a medio tiempo que se ven entrelazados
con algunos más veloces y atrevidos. Lo que lo diferencia a los anteriores es
la producción superior –de lo mejorcito que van a escuchar en este renglón del
sueco en los 80s-, el sonido más portentoso de la batería con ése tono muy de
la época, mayor protagonismo en las baladas y un Jens Johansson que dicta
cátedra en los teclados como muy pocos en un tiempo donde el instrumento no era
tan apreciado como lo es ahora. Incluso
podríamos argumentar que el Odyssey supuso un punto de inflexión en lo que
después se daría a conocer como Euro
Power Metal puesto que la combinación entre Yngwie y Jens con sus solos y
en otros pasajes instrumentales durante la obra suponen una influencia directa
en bandas que surgieron en los 90s como Rhapsody
of Fire o Symphony X (aunque
éstos son gringos), por mencionar a un par. Para bien o para mal, este
álbum hizo escuela y llevó a la estrella del sueco a volar más alto que en toda
su carrera, si lo vemos desde una óptica de mercadeo y comercialidad –en
resumen, fue un maldito hit.
Todo
lo anterior no quiere decir que la realización de esta obra haya sido plácida y
llena de diversión –aunque si bien es cierto que Anders declaró muchos años
después que se la pasaban bebiendo en todo momento-; al contrario, ninguno de
los dos autores principales de Odyssey,
Malmsteen y Turner, gustan en demasía del tiempo que pasaron juntos como
compañeros y se refieren al trabajo con cierto desdén. Es fácil de entender
cuando se analiza que este álbum fue hecho en el momento en el que el sueco
estaba recuperándose del deceso de su madre y de un accidente automovilístico
que fue producto de conducir ebrio; era una época en la que Yngwie era un
alcohólico empedernido, los hermanos Johansson no recibían mucho dinero por sus
contribuciones y Turner arribaba como un movimiento de la discográfica para
apaciguar al malogrado vocalista y hacerlo más rentable en el aspecto musical,
como quien dice. Yngwie no se recuperó
con tanta facilidad; pero sí que pudieron sentarse a trabajar y ahí se notó la
diferencia con el fichaje de Turner porque se atestigua un cierto cambio en la
fluidez de las canciones: ya no hay tanto énfasis en la vistosidad técnica,
sino en la calidad y suntuosidad de la canción; los cortes se dejan escuchar
con facilidad y mantienen la esencia de lo que es Yngwie. Crédito a Jeff
Glixman, productor de grupos como Saxon o
Black Sabbath, por hacer que todo
suene homogéneo y cristalino –su trabajo no debe ser subestimado.
La
cosa comienza a las mil maravillas con ese balazo sónico de Metal técnico y depurado que es Rising Force: un corte que comienza
pletórico con un Anders Johansson protagónico en la batería y que presenta a un
Turner en plan estelar desde el principio con una interpretación muy pasional
en perfecta consonancia con los rapidísimos riffs de Yngwie. El estribillo me
parece emotivo a la par de elegante, además de estar envuelto en un tema épico
y donde nos percatamos de la facilidad de gancho del nuevo álbum. Oído a ese
duelo instrumental entre Yngwie y Jens; influencia directa en lo que harían
Michael Romeo y Michael Pinnella en los 90s con Symphony X.
La
segunda pieza del Odyssey es un medio
tiempo que irradia un rasgo bastante particular: elegancia. El sueco y su
equipo de trabajo tienen eso a borbotones y se nota en esta canción que fluye
con naturalidad y que es, a mi criterio, uno de los mejores momentos de
Malmsteen en la guitarra. Sí, Joe suena
fenomenal en las tesituras pausadas y más relajadas de esta canción; pero las
melodías y solos que se despacha el “jefe” de la operación son, francamente,
arrebatadoras. Tal vez Yngwie ya no es lo que una vez fue, pero en su
apogeo, era capaz de genialidades como ésta. Por el otro lado, se ha mencionado
muchas veces que la llegada de Turner “suavizó” el sonido del combo;
convengamos que siempre hubieron composiciones en el repertorio del seis
cuerdas que eran material de singles, siendo You Don’t Remember, I’ll Never Forget un antecesor directo de uno
de los hits de este álbum, Heaven Tonight.
Es una buena canción y sigue los patrones de la mayoría de los temas accesibles
de Hard Rock de los 80s, entendiendo
esto por el uso de sintetizadores, mucho medio tiempo, un estribillo pegajoso y
un trabajo pulcro en la guitarra.
He
hecho mucho hincapié en lo que representó este Odyssey para la siguiente generación de músicos metaleros en los
90s y es que me es imposible pensar que el 88% de las bandas de Power Metal que hicieron vida en la
siguiente década no tomaron nota del porte, señorío e indiscutible calidad de
un temazo como Dreaming (Tell Me). Esto no es una balada, sino una clase
dictada por cinco grandes músicos acerca de cómo erigir un tema imperial –tomen
nota, por Dio. Atmosférico, apaciguado y hasta un poco taciturno en su
entrega, Dreaming escapa de los
paradigmas de repetitividad de otros temas similares y es una composición donde
se atestigua la fascinación de Malmsteen por la música clásica; su labor en la
guitarra es minuciosa y oportunista porque sabe cuándo soltar la vertiginosidad
de su solo para dejarte sin aliento y cuando dejarte respirar. Turner se
encuentra en su zona vocal y suena como los grandes en, a mis oídos, la mejor
balada de Yngwie Malmsteen.
Regresamos
a la agresividad con Bite The Bullet y
se retoma el camino dejado atrás en el debut, Rising Force: una composición instrumental donde Yngwie le da
rienda suelta a su habilidad quemando el mástil, cosa que le ha ganado la
reputación de un “masturba mástiles”, y se permite un solo extendido que pienso
que no resta ni suma a la obra. En una línea similar (pero con vocales), Riot In The Dungeons ataca y asalta con
premura al oyente; es un tema intenso y que te mantiene interesado durante toda
su duración mientras Turner suena muy bien complementando las brillantes partes
de guitarra y teclado de Yngwie y Jens, respectivamente. El álbum posee una estructura muy clara de canciones y saben
responderte bajo ese concepto; algunos lo verán como algo repetitivo, pero a un
servidor le gusta lo compacto y lo sólido de las composiciones.
Una
de mis canciones favoritas del trabajo es Deja
Vu –no confundir con el otro temazo de Maiden-,
que es un medio tiempo bastante gozador y que contiene un interludio instrumental
donde Malmsteen se luce completamente y se roba el show. El estribillo va
directo al punto y se quedará en tu cabeza sin mucho problema, como la mayoría
de los coros en este álbum. Crystal Ball,
por el otro lado, es un Hard Rock conceptuado
en su mayoría por Turner –hubo una polémica en su momento con este tema porque,
al parecer, Malmsteen habría tomado el crédito de la composición- y con mucho
más protagonismo del sueco en la guitarra en comparación con el resto de la
obra. Jens Johansson toma el asiento del conductor en la introducción de Now is the Time y su hermano no tarda en
unirse a la fiesta para desembocar en un corte accesible, ganchero y que les
recordará en algunos pasajes a lo que el vocalista hizo con Blackmore en Rainbow. Una canción que, aunque buena,
no me dice mucho, siendo sincero, y que pienso que podría haber sido mejor.
También tiene una cierta influencia de Bon
Jovi.
¿Quieren
magia, intensidad y calidad a raudales en una sola canción? Pues el grupo se
saca un as de la manga con Faster Than
The Speed of Light o como yo la llamo: la mejor canción del álbum. Parecida
a las piezas más aceleradas, la banda se pone a su máxima velocidad y desatan
un sinfín de riffs, golpeteos de batería y vocales majestuosas en un vendaval
musical que no dejará indiferente a nadie. Y si tienen dudas, el solo de Yngwie
es BRUTAL y es seguido por unos instrumentistas que nunca han recibido el
crédito merecido por ser dos de los mejores músicos con los que ha contado el
sueco en su dilatada trayectoria –la verdad es que lo de los hermanos Johansson
en esta canción (y en todo el álbum) es para sacarse el sombrero. Y si no
tienen sombrero, pues búsquense uno y quítenselo para felicitar a estos dos
cracks de la música. Si quieren engancharse con la banda de Malmsteen, vayan
directo a esta canción y les aseguro que querrán más –eso me pasó a mí.
Odyssey se
nos despide con dos temas instrumentales, aunque los dos son de características
diferentes. El primero, Krakatau, es
una canción donde se resalta el talento de los cuatro músicos que integran la
sección de instrumentos y es interesante porque te permite escucharlos
totalmente “sueltos”, como se dice coloquialmente. Hay un pasaje en el
intermedio de la canción donde la cosa se calma y se agregan ciertos elementos
acústicos; un detalle que me gustó mucho y que luego va in crescendo hasta un
desenlace brutal. La segunda canción es Memories
y hace las veces de epílogo con una guitarra acústica en una temática de
música medieval que sirve para relajarnos tras todo el buen Metal que hemos catado y es que el
díscolo sueco finiquitó los 80s, la década en donde se dio a conocer al mundo y
donde cosechó más éxitos, en la cúspide de su capacidad creativa.
El
álbum fue el más exitoso de la carrera de Yngwie Malmsteen y supo posicionarlo
en lo más alto; hizo una extensa gira que fue encapsulada en el recomendado
directo Trial By Fire: Live in Leningrad,
donde pudimos ser testigos de una banda en un punto cumbre de sus trayectorias
y desplegándose a sus anchas. Sí, la
producción de este trabajo fue un caos, la relación Yngwie-Turner fue una
fórmula para el desastre y el ego desmedido del sueco lo privó a posteriori de
tres músicos que lo hubieran llevado aún más lejos de lo que llegó en su carrera;
pero no por eso hay que menoscabar la importancia y el enorme nivel que
despliega un álbum como Odyssey que,
envuelto en tanta calidad por esos años –estamos hablando del ’88 y por esos
años abundaba el talento-, tal vez un poco desapercibido. No, señores; Odyssey fue el resultado final de una unión
que nunca iba a terminar bien y eso mismo fue necesario para crear dicho
trabajo: esa tensión, es frustración y, por qué no, esa rabia sirvieron para
confeccionar una obra maestra que, para bien o para mal, dejó su huella en el
credo del género.
El
tipo de Polydor que haya dicho “Hey, deberíamos juntar a Turner con Yngwie” debe
ser un maldito genio.