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martes, 16 de agosto de 2016

Crítica: Obituary – World Demise



El Death Metal a finales de los 80s y a principios de los 90s fue, a mis ojos, una de las revoluciones musicales más puras y excitantes en todas las vertientes rockeras y metaleras que han surgido en las últimas seis décadas. ¿Hipérbole? No lo creo. Pocos movimientos musicales han nacido con un ideario tan claro y que tuviera una sucesión de escenas tan prolíficas en tan poco tiempo; a finales de los 80s y a principios de los 90s se formaron un cúmulo de agrupaciones que tomaron su base del Thrash y lo llevaron a paradigmas más cruentos, avasalladores y oscuros que, simple y llanamente, sobrepasaron muchos de los límites que sus coetáneos no pudieron (o no quisieron) romper. Sin pasar la raya del extremismo radical del Black Metal noruego, el Death Metal fue, por esos años, la máxima expresión de brutalidad que el género podía ostentar. Y la revolución Deather a principios de la década noventera probó que había cabida en el mercado para grupos como Morbid Angel, Death, Deicide, Entombed, Carcass, Cannibal Corpse y nuestros protagonistas de hoy, Obituary. Y éstos últimos fueron vitales para demostrar que todos los senderos no estaban transitados y que había mucho más por recorrer.

La banda de los hermanos Tardy ya era, a mediados de los 90s, uno de los grupos por antonomasia del mundo del Death Metal con su propuesta de riffs embrutecidos, velocidad reminiscente al Thrash y un John Tardy que era (y es) una bestia invocada por los mismísimos infiernos en las vocales. Sus letras dibujaban esas imágenes de muerte, tinieblas y torturas que uno podía visualizar mediante su música; eran la agrupación que encarnaba todas las idiosincrasias del Death Metal y además de eso, eran uno de los grupos más solventes en el área de mercadeo –solo hay que ver cómo su tercer trabajo, The End Complete, es uno de los álbumes más vendidos de la historia del sub-género. Pero como dijimos en el primer párrafo, habían senderos que no habían sido transitados para muchos de estos grupos y ya a mediados de la década de los 90s, el Death Metal comenzó a entrar en un proceso de reestructuración donde tocaba probar con fórmulas nuevas y en 1994, Obituary hizo caso a esa instrucción con su cuarta obra, World Demise. Uno de esos primeros coqueteos de los de Tampa con caminos no tan arraigados a los puristas del Death crudo y abrasivo, pero aún manteniendo la esencia de lo que los hizo inmortales en el mundo de nuestra música.

Como dijimos en la crítica del Burn My Eyes, el Groove Metal había surgido en el intermdio de la década como una alternativa sonora donde predominaban los riffs y los ritmos más contundentes; nuestros muchachos de la escena Deather supieron percatarse de la escena que se estaba montando en su país y decidieron agregar elementos de la misma a su sonido netamente agresivo y avasallador. World Demise no solo presenta a uno de los bastiones principales del Death Metal ralentizando su sonido y añadiendo riffs más mugrosos, sino también haciendo un cambio de estilo en sus letras: aquí abrazan unos conceptos líricos más vinculados a la crítica social acerca del medio ambiente y pertrechos al maldito ser humano que no para de matar al mundo en el que vive. Pocos álbumes lidian con este tipo de temáticas en sus letras y es un motivo por el cual World Demise sobresale como una de las ofrendas musicales más interesantes del extenso catálogo de Obituary: una habilidad para mantener la (im)pureza de su sonido y aún así alterarlo hacia un mercado más extenso. Incluso en la portada dejan atrás las masacres, las imágenes oscuras o tenebrosas para dar paso a la realidad de la contaminación, que es al final del día la verdadera tenebrosidad del mundo. Comprendieron que no hay mayor brutalidad que lo real e invocaron a los demonios más sinceros que pueden existir: los seres humanos.

Nuestra espiral descendente de la condición humana comienza con un trallazo en toda la extensión de la palabra como es Don’t Care, que es un corte que encarna las idiosincrasias del trabajo en su totalidad. Este tema fue el título de un pequeño EP que publicaron antes del álbum y supone una declaración muy clara de sus intenciones puesto que los riffs son más brutos y básicos en comparación con lo hecho anteriormente; pero que aún disponen con la fuerza y el buen hacer de la agrupación. Mucho énfasis en las guitarras de Peres y West y las vocales de ultratumba de John Tardy que suena más deshumanizado que nunca; una encarnación apropiada de la idea del álbum. Un poco más monolítica y con tintes de himno es el tema título, donde la batería de Donald Tardy impera más; oído a esos pasajes que suenan casi a nave alienígena –lo sé, es una referencia estúpida, pero es lo que se me ocurrió al escucharlo- y que le da un porte un poco más épico a la canción.

Burned In comienza lenta, taciturna, como quien no quiere la cosa; una vez que prorrumpe la voz de Tardy nos lanzan a su clásico sonido fangoso y que aquí ha ganado ciertas tonalidades de Thrash y Groove; es realmente un corte arquetípico de la agrupación. El siguiente tema me gusta bastante; Redefine es una composición que inicia con unas voces pregrabadas y que explota con una estructura un poco más rítmica que las canciones previas y que incluso, sin ánimos de sonar controversial, me recuerda en sus momentos más álgidos a lo que haría Sepultura con el álbum Roots en el ’96 –tal vez Max y compañía tomaron algún que otro dato de esta pieza. Más cambios de ritmos y revoluciones se muestran en Paralyzing, que es quizás una de las piezas que más se asemeja a las de sus primeros álbumes y que servirá como un punto de remembranza para los aficionados que estén clamando por algo un poco más clásico; estoy seguro que su alta velocidad y sus pasajes un tanto intricados alegrarán a los oyentes más exigentes de este rubro.

Tal vez uno de los defectos del trabajo es lo homogéneo que puede llegar a sonar puesto que hay muchas similitudes entre varias de las canciones, cosa que se puede demostrar en cortes como Solid State, Splattered o Final Thoughts. Aunque los de Obituary nunca han sido los más virtuosos a la hora de escribir, les recomiendo su lectura porque considero bastante encomiable a una agrupación que se salga de su zona de comodidad para redactar ideas un tanto más intricadas y trabajadas. Más tralla de la buena con Boiling Point, Set In Stone y Kill For Me. Realmente no hay mucho que un servidor pueda acotar ya que muchas de las canciones se basan en la contundencia de las guitarras, un modelo de composición muy basado en medio tiempos que solamente pueden ser definidos como fangosos y un Tardy que está, como siempre, pletórico.

World Demise fue el intento de Obituary de desmarcarse de los paradigmas en los que se hallaban y entablar un trabajo que fuera un poco más atrevido y con un mensaje mucho más trascendental que las típicas líricas sobre matanzas, zombies y descomposiciones corporales. Y aunque musicalmente hablando tal vez palidezca en comparación con sus hermanos mayores, esta obra de los de Tampa supone el primer intento por mantenerse relevante en el mundo del Metal e ir más allá de una escena que ya comenzaba a cansarse de las bandas de Death Metal que trataban con líneas musicales y compositivas bastante similares. Siendo uno de los grupos más icónicos y representativos del movimiento, supieron tomar al toro por los cuernos y arriesgarse con una obra que, a criterio de un servidor, gustará tanto a propios como extraños. Solo se necesita una mente abierta. O citando a Obituary: ¿Acaso no te importa?

sábado, 6 de agosto de 2016

Crítica: Lords of Black – Lords of Black.




Se ha vuelto casi rutinario despotricar contra las nuevas bandas de Metal por el simple hecho de no haber surgido en los 80s o 90s. Constantemente escuchamos y leemos críticas acerca de cómo el Heavy Metal ha perdido la capacidad de producir talento como lo hacía en su época dorada –por algo le dicen “época dorada”- y que los grupos que surgen hoy en día no son más que viles copias de los bastiones que erigieron esta maravillosa música. Una verdad a medias, en realidad. Sí, muchas agrupaciones que aparecen en la actualidad son poco originales, no inventan nada y no hacen más que seguir con los mismos patrones de siempre; pero también hay grupos que saben utilizar dicha fórmula y producir álbumes que, aunque para nada innovadores, saben hacer disfrutar y ésa es la razón de ser la música: de hacer disfrutar al oyente. Pareciera que eso se ha perdido y solamente se exige, se demanda, que el artista rompa todos los paradigmas; no todas las bandas pueden salirse del libreto y a veces hay que entender que la calidad radica en saber ser convincente y hacer tu forma de arte con aplomo. Entonces tenemos a Lords of Black, que es una agrupación que no vino para cambiar al Metal, pero sí para hacerte disfrutar como un enano con una dosis del mejor Heavy clásico. ¿Les parecen cansinos o con poca inventiva? Pues pueden eliminar esta pestaña que voy a darme gusto escribiendo.


Esta banda oriunda de Madrid es una de las agrupaciones modernas que ha ganado una cierta notoriedad por su propuesta tan deudora del Metal de la vieja escuela y su vocalista, Ronnie Romero, que suena como la reencarnación del mismísimo Ronnie James Dio. Vamos, hasta se llaman igual. Una agrupación que se basa mucho en la contundencia de su instrumentación, de unos estribillos mortales y el portento vocal que es Romero, Lords of Black han sabido hacerse un hueco en la escena europea y, poco a poco, van subiendo escalones como una de las propuestas más encomiables de este rubro musical. No cae mal en absoluto que su vocalista se uniera a los resucitados Rainbow para ganar un poco más de conocimiento en el gran espectro de la comunidad metalera.

Para entender a esta banda española y lo que ofrecen, primero que nada hay que comprender un concepto bastante sencillo: Lords of Black no vinieron para innovar. Influenciados notoriamente por la música del finado Dio y de los Masterplan en sus primeros álbumes –aquellos con Lande-, los de Madrid desempeñan una música pesada, bastante clara en su idea y basándose, principalmente, en el poderío vocal de Romero. Su álbum debut homónimo juega a lo seguro: riffs potentes y marcados, ritmos (mayoritariamente) acelerados y aprovechar, como se dijo anteriormente, los recursos vocales de Ronnie II para cimentar unas canciones que se les quedarán en la mente enseguida. Y al final del día, las canciones son jodidamente buenas; de eso se trata todo y no hay que analizar en demasía cuando una pieza es de calidad; lo primordial es entretener al oyente y ser fiel a la idea conceptuada –si haces esto, ya tienes la pelea ganada. A mí me convencieron; he estado escuchando el álbum desde hace meses y todavía me atrapa.


Como toda buena banda, se despachan una introducción elegante llamada Doomsday Clockwork (muy buen título, lo admito). Un prólogo con mucho teclado y riffs entrecortados por parte de Tony Hernando en la guitarra nos da paso para el tema homónimo de la agrupación. Un corte directo sin muchas florituras instrumentales y que atrapa al oyente con las melodías de guitarras; Romero entrelaza momentos más pausados en las estrofas para luego explotar en los estribillos y rugir como un maldito león encolerizado. La estructura musical de la banda está bastante clara; las canciones siguen un plano muy específico y, sinceramente, lo tomas o lo dejas. Depende de tus preferencias, como con todo.

La siguiente en el tracklist –y una de las favoritas de un servidor- es uno de los singles del trabajo en cuestión, Nothing Left To Fear. El riff principal debe de ser mi favorito de toda la obra: es atrapante de principio a fin con la banda a toda potencia y con su vocalista marcándose una actuación fenomenal. Haciendo gala de su capacidad de hacer ganchos, la agrupación hispana hace énfasis en eso con esta canción y debemos decir que les sale bastante bien porque es extremadamente bueno. Would You Take Me marcaría, a mi criterio, la línea que seguirían en el álbum posterior y es que es un tema a medio tiempo con riffs entrecortados, una batería pronunciada de Andy, además de Ronnie cuajando una buena performance.


La canción más conocida de la banda es The World That Came After con su velocidad, los teclados tan predominantes y un Romero en estado de gracia. Tal vez aquí atestiguamos a la banda en su zona de comodidad y a sus anchas. Muy en esta índole tenemos a Too Close To The Edge y aquí sí notamos la influencia de Masterplan con mayor claridad; casi podemos sentir cómo Ronnie tomó nota de Lande y los instrumentistas a sus contrapartes germanas –ciertamente un corte muy deudor de sus influencias. Tal vez un poco más galopante es At The End of the World con sus teclados amenazantes y un ritmo que me recuerda levemente al comienzo de Phantom of the Opera de Maiden; aparte de eso, es un corte disfrutable con patrones rítmicos altamente gozadores. No hay que profundizar mucho con esta banda; su fuerte radica en componer buenas canciones y en valerse en su capacidad de entretener.

Forgive or Forget guarda ciertas reminiscencias con lo expuesto en Would You Take Me, pero un poco más melódica y sosegada en una línea más trabajada. A un servidor lo convence más este corte con su estribillo y unos riffs bastante claros. Una de las composiciones más completas, a mi criterio, es Out Of The Dark, con un tinte muy Power Metal y donde intuyo cierto toque de los Helloween en los primeros álbumes con Deris por esos pasajes tan alegres, melódicos y optimistas. Es una de las variaciones del álbum y queda bastante bien para agregar un poco de cambio a la cuestión. Como contraste, The Grand Design es un tanto más preponderante en su propuesta y se basa en riffs un tanto más brutos con un vocalista haciendo gala de su registro más agresivo.


The Art of Illusions, Pt1: Smoke and Mirrors se mantiene en una línea similar a The Grand Design al ser un medio tiempo aplastante con un esfuerzo en la guitarra claro en ideas, pasajes de batería pesados y su cantante en el rol principal, siendo el principal baluarte de la banda –tal vez sin él, sonarían mucho más genéricos. La segunda parte, The Man From Beyond, es más melódica en su comienzo, pero luego avanza para transmutar en uno de los cortes más acelerados del álbum. Ya aquí ya saben cómo va la cuestión: la misma idea conceptuada por la banda hasta este punto; ya sabrán aquí si les gusta o no. Una de las mejores piezas es la que termina el álbum, When Everything is Gone, con sus constantes cambios de ritmos y mayor incidencia en la parafernalia instrumental; aquí se le da rienda suelta a los músicos para que puedan mostrar su potencial y realmente deja buen sabor de boca para terminar el álbum.

Y ahí lo tienen. De verdad que no es un trabajo altamente complicado ni uno que cambiará la historia de la música, pero lo que carece en inventiva es altamente compensado en calidad y disfrute. Probablemente habrá más de un purista riéndose ante mi comentario, pero es la realidad: la idea principal de la música es entretener al oyente con sus composiciones y Lords of Black han sabido crear un compendio de canciones bastante gozadoras para cumplir esa meta. Como demuestra mi crítica, no hay mucha originalidad ni nada que requiera análisis extensivos pero eso es por añadidura y no por obligación; lo constituido aquí es un debut de una agrupación con las ideas claras y que prueba lo claros que están sus miembros a la hora de componer.

Lords of Black son un ejemplo moderno y vigente de que no todas las bandas nacen para romper paradigmas, sino para contribuir al género con buenos temas y manteniendo vivo el espíritu que tanto amamos del Metal; no veo nada de malo en un grupo que trate de hacer algo ya hecho si la calidad persiste. ¿Tú lo piensas?

viernes, 17 de junio de 2016

Crítica: Yngwie Malmsteen – Odyssey



¿A quién en su sano juicio se le ocurre hacer colaborar a dos de los egos más portentosos y combativos del todo el espectro Rock/Metal para realizar un álbum y pensar que ésa sería una idea que funcionaría? A nuestros amigos de Polydor Records les pareció un plan que resultaría bastante bien en 1988 y decidieron agrupar al explosivo Yngwie Malmsteen –el exhibicionista por excelencia de las seis cuerdas, el que no puede ser contenido por ninguna banda y el Zlatan Ibrahimovic del Metal- con un vocalista que no deja indiferente a absolutamente a nadie, Joe Lynn Turner. A priori, esto era un matrimonio hecho en el infierno y los hechos probaron ser así; Turner y Malmsteen no cesaban en sus guerrillas personales y sus diatribas, pero en el proceso dejaron para el recuerdo uno de los trabajos más sólidos de la carrera de Yngwie –y para un servidor, el mejor de todos. Odyssey es el cuarto álbum de la carrera solista del afamado seis cuerdas sueco y es el punto cumbre de una trayectoria que ha hecho escuela y ha dejado su sello durante sus décadas tocando su estilo excesivo y bombástico en la guitarra. Y cuando le trajeron a Turner, ufff, ni te cuento.


Contextualizando, Yngwie estaba en una racha creativa muy importante cuando se analiza que en su trayectoria solista ya llevaba tres álbumes de gran factura: Rising Force, Marching Out y Trilogy -cada uno con una serie de temazos que me tomaría toda la entrada mencionar y describir como se merecen- posicionaban al sueco como una realidad en el mundo del Metal y como una figura importante para su discográfica, Polydor, por lo que después del éxodo de su segundo vocalista, el excelso Mark Boals, decidieron reemplazarlo con un peso pesado en la escena: Joe Lynn Turner de fama Rainbow. Odyssey es un capítulo bastante interesante en la carrera del guitarrista puesto que refleja la primera y última ocasión en la que cedió parte del poder creativo para crear un compendio de canciones que aunaran de buena manera la grandilocuencia de su inventiva musical y la comercialidad –en el buen sentido de la palabra- que ofrece la impronta de un vocalista tan consumado como Turner. Despreciado por muchos debido a su tono de voz tan “amanerado” y por el hecho de que sus álbumes tienden a tener un enfoque notorio en la accesibilidad comercial –como si eso fuera un obstáculo para hacer un buen álbum-, el americano supo afrontar el reto de colaborar con un sujeto tan volcánico y sanguíneo como Yngwie y aportar lo suyo para facturar un trabajo compacto, claro en ideas y que puede gustar a diferentes sectores de oyentes, si se le da la oportunidad al álbum.

Como dije al principio, era una colaboración destinada a la confrontación si tomamos en consideración el historial de conflictos de Malmsteen con, bueno, todo el mundo y a un Turner que ya tenía su justa parte de experiencias trabajando con personajes complicados y egotistas como le pasó en su estadía en Rainbow con Ritchie Blackmore. Si agregamos a esos dos nombres la contribución de músicos un tanto infravalorados como lo son los hermanos Johansson –Anders en la batería y Jens en los teclados- y el siempre presente Bob Daisley en el bajo –creo que tocó en 16478 álbumes de Metal en los 80s y todos eran buenos-, se tiene un Dream Team capacitado para hacer un trabajo de nivel. Y puede apostar su maldito trasero a que éste lo tiene.


El cuarto trabajo de Yngwie mantiene ciertos conceptos de sus obras previas: predominancia en las guitarras –aunque es cierto que Malmsteen se “contiene” un poco más en este álbum-, muchos pasajes instrumentales, ganchos melódicos –sean instrumentales o en las vocales- y temas a medio tiempo que se ven entrelazados con algunos más veloces y atrevidos. Lo que lo diferencia a los anteriores es la producción superior –de lo mejorcito que van a escuchar en este renglón del sueco en los 80s-, el sonido más portentoso de la batería con ése tono muy de la época, mayor protagonismo en las baladas y un Jens Johansson que dicta cátedra en los teclados como muy pocos en un tiempo donde el instrumento no era tan apreciado como lo es ahora. Incluso podríamos argumentar que el Odyssey supuso un punto de inflexión en lo que después se daría a conocer como Euro Power Metal puesto que la combinación entre Yngwie y Jens con sus solos y en otros pasajes instrumentales durante la obra suponen una influencia directa en bandas que surgieron en los 90s como Rhapsody of Fire o Symphony X (aunque éstos son gringos), por mencionar a un par. Para bien o para mal, este álbum hizo escuela y llevó a la estrella del sueco a volar más alto que en toda su carrera, si lo vemos desde una óptica de mercadeo y comercialidad –en resumen, fue un maldito hit.

Todo lo anterior no quiere decir que la realización de esta obra haya sido plácida y llena de diversión –aunque si bien es cierto que Anders declaró muchos años después que se la pasaban bebiendo en todo momento-; al contrario, ninguno de los dos autores principales de Odyssey, Malmsteen y Turner, gustan en demasía del tiempo que pasaron juntos como compañeros y se refieren al trabajo con cierto desdén. Es fácil de entender cuando se analiza que este álbum fue hecho en el momento en el que el sueco estaba recuperándose del deceso de su madre y de un accidente automovilístico que fue producto de conducir ebrio; era una época en la que Yngwie era un alcohólico empedernido, los hermanos Johansson no recibían mucho dinero por sus contribuciones y Turner arribaba como un movimiento de la discográfica para apaciguar al malogrado vocalista y hacerlo más rentable en el aspecto musical, como quien dice. Yngwie no se recuperó con tanta facilidad; pero sí que pudieron sentarse a trabajar y ahí se notó la diferencia con el fichaje de Turner porque se atestigua un cierto cambio en la fluidez de las canciones: ya no hay tanto énfasis en la vistosidad técnica, sino en la calidad y suntuosidad de la canción; los cortes se dejan escuchar con facilidad y mantienen la esencia de lo que es Yngwie. Crédito a Jeff Glixman, productor de grupos como Saxon o Black Sabbath, por hacer que todo suene homogéneo y cristalino –su trabajo no debe ser subestimado.


La cosa comienza a las mil maravillas con ese balazo sónico de Metal técnico y depurado que es Rising Force: un corte que comienza pletórico con un Anders Johansson protagónico en la batería y que presenta a un Turner en plan estelar desde el principio con una interpretación muy pasional en perfecta consonancia con los rapidísimos riffs de Yngwie. El estribillo me parece emotivo a la par de elegante, además de estar envuelto en un tema épico y donde nos percatamos de la facilidad de gancho del nuevo álbum. Oído a ese duelo instrumental entre Yngwie y Jens; influencia directa en lo que harían Michael Romeo y Michael Pinnella en los 90s con Symphony X.

La segunda pieza del Odyssey es un medio tiempo que irradia un rasgo bastante particular: elegancia. El sueco y su equipo de trabajo tienen eso a borbotones y se nota en esta canción que fluye con naturalidad y que es, a mi criterio, uno de los mejores momentos de Malmsteen en la guitarra. Sí, Joe suena fenomenal en las tesituras pausadas y más relajadas de esta canción; pero las melodías y solos que se despacha el “jefe” de la operación son, francamente, arrebatadoras. Tal vez Yngwie ya no es lo que una vez fue, pero en su apogeo, era capaz de genialidades como ésta. Por el otro lado, se ha mencionado muchas veces que la llegada de Turner “suavizó” el sonido del combo; convengamos que siempre hubieron composiciones en el repertorio del seis cuerdas que eran material de singles, siendo You Don’t Remember, I’ll Never Forget un antecesor directo de uno de los hits de este álbum, Heaven Tonight. Es una buena canción y sigue los patrones de la mayoría de los temas accesibles de Hard Rock de los 80s, entendiendo esto por el uso de sintetizadores, mucho medio tiempo, un estribillo pegajoso y un trabajo pulcro en la guitarra.


He hecho mucho hincapié en lo que representó este Odyssey para la siguiente generación de músicos metaleros en los 90s y es que me es imposible pensar que el 88% de las bandas de Power Metal que hicieron vida en la siguiente década no tomaron nota del porte, señorío e indiscutible calidad de un temazo como Dreaming (Tell Me). Esto no es una balada, sino una clase dictada por cinco grandes músicos acerca de cómo erigir un tema imperial –tomen nota, por Dio. Atmosférico, apaciguado y hasta un poco taciturno en su entrega, Dreaming escapa de los paradigmas de repetitividad de otros temas similares y es una composición donde se atestigua la fascinación de Malmsteen por la música clásica; su labor en la guitarra es minuciosa y oportunista porque sabe cuándo soltar la vertiginosidad de su solo para dejarte sin aliento y cuando dejarte respirar. Turner se encuentra en su zona vocal y suena como los grandes en, a mis oídos, la mejor balada de Yngwie Malmsteen.

Regresamos a la agresividad con Bite The Bullet y se retoma el camino dejado atrás en el debut, Rising Force: una composición instrumental donde Yngwie le da rienda suelta a su habilidad quemando el mástil, cosa que le ha ganado la reputación de un “masturba mástiles”, y se permite un solo extendido que pienso que no resta ni suma a la obra. En una línea similar (pero con vocales), Riot In The Dungeons ataca y asalta con premura al oyente; es un tema intenso y que te mantiene interesado durante toda su duración mientras Turner suena muy bien complementando las brillantes partes de guitarra y teclado de Yngwie y Jens, respectivamente. El álbum posee una estructura muy clara de canciones y saben responderte bajo ese concepto; algunos lo verán como algo repetitivo, pero a un servidor le gusta lo compacto y lo sólido de las composiciones.

Una de mis canciones favoritas del trabajo es Deja Vu –no confundir con el otro temazo de Maiden-, que es un medio tiempo bastante gozador y que contiene un interludio instrumental donde Malmsteen se luce completamente y se roba el show. El estribillo va directo al punto y se quedará en tu cabeza sin mucho problema, como la mayoría de los coros en este álbum. Crystal Ball, por el otro lado, es un Hard Rock conceptuado en su mayoría por Turner –hubo una polémica en su momento con este tema porque, al parecer, Malmsteen habría tomado el crédito de la composición- y con mucho más protagonismo del sueco en la guitarra en comparación con el resto de la obra. Jens Johansson toma el asiento del conductor en la introducción de Now is the Time y su hermano no tarda en unirse a la fiesta para desembocar en un corte accesible, ganchero y que les recordará en algunos pasajes a lo que el vocalista hizo con Blackmore en Rainbow. Una canción que, aunque buena, no me dice mucho, siendo sincero, y que pienso que podría haber sido mejor. También tiene una cierta influencia de Bon Jovi.


¿Quieren magia, intensidad y calidad a raudales en una sola canción? Pues el grupo se saca un as de la manga con Faster Than The Speed of Light o como yo la llamo: la mejor canción del álbum. Parecida a las piezas más aceleradas, la banda se pone a su máxima velocidad y desatan un sinfín de riffs, golpeteos de batería y vocales majestuosas en un vendaval musical que no dejará indiferente a nadie. Y si tienen dudas, el solo de Yngwie es BRUTAL y es seguido por unos instrumentistas que nunca han recibido el crédito merecido por ser dos de los mejores músicos con los que ha contado el sueco en su dilatada trayectoria –la verdad es que lo de los hermanos Johansson en esta canción (y en todo el álbum) es para sacarse el sombrero. Y si no tienen sombrero, pues búsquense uno y quítenselo para felicitar a estos dos cracks de la música. Si quieren engancharse con la banda de Malmsteen, vayan directo a esta canción y les aseguro que querrán más –eso me pasó a mí.

Odyssey se nos despide con dos temas instrumentales, aunque los dos son de características diferentes. El primero, Krakatau, es una canción donde se resalta el talento de los cuatro músicos que integran la sección de instrumentos y es interesante porque te permite escucharlos totalmente “sueltos”, como se dice coloquialmente. Hay un pasaje en el intermedio de la canción donde la cosa se calma y se agregan ciertos elementos acústicos; un detalle que me gustó mucho y que luego va in crescendo hasta un desenlace brutal. La segunda canción es Memories y hace las veces de epílogo con una guitarra acústica en una temática de música medieval que sirve para relajarnos tras todo el buen Metal que hemos catado y es que el díscolo sueco finiquitó los 80s, la década en donde se dio a conocer al mundo y donde cosechó más éxitos, en la cúspide de su capacidad creativa.

El álbum fue el más exitoso de la carrera de Yngwie Malmsteen y supo posicionarlo en lo más alto; hizo una extensa gira que fue encapsulada en el recomendado directo Trial By Fire: Live in Leningrad, donde pudimos ser testigos de una banda en un punto cumbre de sus trayectorias y desplegándose a sus anchas. Sí, la producción de este trabajo fue un caos, la relación Yngwie-Turner fue una fórmula para el desastre y el ego desmedido del sueco lo privó a posteriori de tres músicos que lo hubieran llevado aún más lejos de lo que llegó en su carrera; pero no por eso hay que menoscabar la importancia y el enorme nivel que despliega un álbum como Odyssey que, envuelto en tanta calidad por esos años –estamos hablando del ’88 y por esos años abundaba el talento-, tal vez un poco desapercibido. No, señores; Odyssey fue el resultado final de una unión que nunca iba a terminar bien y eso mismo fue necesario para crear dicho trabajo: esa tensión, es frustración y, por qué no, esa rabia sirvieron para confeccionar una obra maestra que, para bien o para mal, dejó su huella en el credo del género.

El tipo de Polydor que haya dicho “Hey, deberíamos juntar a Turner con Yngwie” debe ser un maldito genio.